La deuda pública
es el falso culpable
Culpabilizando la deuda pública y sacrificando
la cohesión social y la estabilidad del euro, la UE se metió en un callejón sin
salida, como lo hizo el canciller alemán Brüning, en 1930 y el francés Pierre
Laval, en 1935.La deuda pública no es la consecuencia del estado de bienestar de lujo que teníamos. Primero no era de lujo, era pagado con los impuestos de los trabajadores de este país. Segundo, la deuda pública es la consecuencia del desequilibrio del comercio exterior y se forma en reacción al déficit comercial con terceros países.
Reduciendo el déficit exterior, la
deuda desaparece poco a poco, si no lo hacemos, toda tentativa de reducción de
la deuda es ilusorio y peligroso.
Este análisis se funda mirando a la
historia y en el propio credo liberal.Metidos en una crisis sin precedentes, los jefes de gobierno de la zona euro se reunieron en Bruselas el 26 de octubre de 2011. De esta reunión salió la promesa de una ayuda a Grecia para pagar su deuda, a cambio de una estricta política de rigor.
El 28 de octubre, día de su fiesta nacional, los helenos salieron a las calles de Atenas y pusieron en peligro el plan de rescate. ¿Era la última tentativa de lucha o un sobresalto de lucidez antes de caer en el abismo? Probablemente lo segundo.
Convencidos que la deuda pública es el origen de todos los males, los dirigentes europeos renuevan el fatal error de los alemanes en 1930 y de los franceses en 1935, predicando y sometiendo a un desendeudamiento mortificante a los ciudadanos.
Deflación y rigor: el mismo fracaso
El rigor y el desendeudamiento preconizados por Bruselas, recuerdan la política establecida en Alemania en 1930 por el canciller Heinrich Bruning, bajas de salarios y reducciones masivas de las inversiones públicas.
El canciller quería contener los efectos de la crisis que había estallado en Wall Street dos años antes, sin tener que devaluar el marco ni relanzar la inflación, odiada por los alemanes desde 1923, el año inhumano, en el que la inflación alcanzó cimas increíbles. En noviembre de 1923, 1dólar valía centenas de miles de millones de marcos.
Su política, que por entonces se calificaba de deflacionista, relanzó la crisis económica y social y favoreció la llegada de Hitler al poder dos años más tarde.
Francia en 1935
En Francia en 1935, el presidente del consejo Pierre Laval, condujo una política deflacionista parecida a la de Brüning, disminuyendo el gasto público reputado improductivo, reducciones del salario de los funcionarios y nuevas tasas.
El objetivo era enderezar las finanzas del país sin devaluar el franco. Mantener un franco fuerte se convirtió en causa nacional.
Como hoy, la brusca disminución de la recaudación provocaba el aumento de la deuda pública en la misma medida que aumentaban las medidas de rigor.
El descontento popular desembocó en la victoria del frente popular, que tomó la decisión de devaluar el franco.
La zona euro en 2011
Hoy, confrontado a una nueva crisis financiera, a la subida del paro, a la fuga de empresas y capitales, Rajoy y su gobierno, no sé si inconscientemente, conducen la misma política que Heinrich Brüning y Pierre Laval, con la diferencia de que Rajoy la llama rigor.
Rajoy y su gobierno del PP pedalean sin mirar atrás, ignorando las lecciones de la historia, confiando ciegamente en sus expertos consejeros, gente muy inteligente con opiniones discutibles.
Como entre las dos guerras, los dirigentes propician la cultura de una moneda fuerte, manteniendo el tipo de cambio en relación a monedas como el dólar y el yen, lo más alto posible.
Ven en ello la seguridad de las personas que viven de las inversiones financieras, una minoría de oligarcas multimillonarios y de los gestores de fondos de inversión.
Si los tipos de cambio bajan, las importaciones son más caras y hacen subir la inflación. Los asalariados pueden compensarlo con una subida de los salarios igual a la inflación, sin embargo los inversores financieros que tienen sus millones a un interés fijo ven su poder adquisitivo disminuir.
Esta perspectiva es insoportable, particularmente para los alemanes que cuentan con sus inversiones financieras para asegurar un buen nivel de vida en su jubilación.
El tratado de los engaños
Con el tratado de Maastrich en 1992, los dirigentes europeos se pusieron como objetivo hacer del euro un nuevo marco, para ello dieron como principal objetivo al BCE proteger la zona euro de la inflación. Restringir el crédito es una forma de conseguirlo.
Pero no es lo mismo el marco y el euro, el marco recibía su valor directamente de la potente industria de exportación alemana y el euro del efecto de una política voluntarista de los dirigentes europeos.
La moneda única no acercó el nivel de vida ni estimulo la economía de los países más ricos y los más pobres de la zona euro. Más bien al contrario, el abismo entre los países del norte y del sur es mayor y las perspectivas son sombrías.
Los dirigentes europeos cometieron un dramático error de diagnóstico sobre la moneda única y lo repitieron con el tratado de Lisboa, que rechazaron en un referéndum los ciudadanos holandeses y franceses.
Las verdaderas causas del endeudamiento público
Los mismos dirigentes persisten en el mismo error, antes que cuestionar la política de un euro fuerte, prefieren culpar de todos los males a los Estados que se endeudan para pagar a los funcionarios y otorgar subvenciones.
Son como un mal médico, que le prescribiría a un enfermo con fiebre un baño de agua fría para hacerle bajar la temperatura. Los buenos médicos saben que la fiebre es el síntoma de una enfermedad no la causa y tratarán la causa no el síntoma.
Los países del sur de Europa curan sus males con déficits presupuestarios. Esos males se llaman desindustrialización y déficit de sus intercambios internacionales.
¿Cómo se llegó a esa situación?
En los años 1970 emergen dos fenómenos diferentes que se unirán para desembocar en la crisis que conocemos hoy:
1. La privatización parcial de los impuestos a través del recurso de los Estados a la deuda pública.
2. La liberalización de los intercambios y la apertura de las fronteras sin preocuparse de la reciprocidad.
Triunfo de la teoría monetarista
En la incertidumbre generalizada de los años 1970, los multimillonarios y los dirigentes se apuntan a la teoría monetarista de Milton Friedman.
Milton Friedman ve la clave de la prosperidad en el control de la masa monetaria por el banco central a través del manejo de los tipos de cambio.
Friedman siguiendo el razonamiento de Hayek, preconiza la privatización de los servicios de interés general y la reducción de los impuestos al mínimo imprescindible.
Desde entonces, los dirigentes europeos, queriendo o sin querer, poco a poco le fueron entregando el poder a los dueños del capital. El principio fue votar leyes que prohibieran a los estados pedir dinero directamente a sus bancos centrales, impidiendo así que los bancos utilizasen la impresora de billetes.
Para los dirigentes de la época el objetivo era consolidar el crecimiento económico, evitar devaluaciones monetarias y disuadir a los estados a endeudarse o al menos ponérselo más difícil y arriesgado.
Pero como muchas veces, con leyes mal pensadas, esas buenas resoluciones consiguen el efecto contrario bajo la presión de los gestores de los fondos de inversión, que gestionan grandes fortunas y las economías del ciudadano de a pié.
Guiados por su interés se dieron cuenta rápidamente de la ventaja de prestar a los gobiernos, con rendimientos constantes y garantizados, mejor que invertir en la industria y la innovación con todos los riesgos que eso representa.
Por un lado, disuaden a los Gobiernos en arreglarse solo con la recaudación de los impuestos y tasas, (que tienen la ventaja de ser gratuitas) y los incitan a buscar en el mercado, contra pago de intereses, las cantidades complementarias que necesitan para completar sus presupuestos. Los gobiernos sucumben a esa tentación de facilidad evitando las desagradables subidas de impuestos.
Por otro lado, avanzan en la teoría de Hayek, con el pretexto de una mejor eficacia, animan a los estados a privatizar y conceder al privado los servicios de interés colectivo, agua, transportes, telecomunicaciones, energía, salud etc.
El resultado fue claro y no admite discusión. Esas leyes desembocaron en un efecto contrario a su objetivo. Los estados nunca consiguieron presentar presupuestos equilibrados.
En los años 2000, se pasó a otra etapa con la colaboración público-privado, debilitando lo público. Los multimillonarios invierten en proyectos públicos como autopistas, hospitales… a cambio de confortables intereses fijos y sin riesgo. Esto equivale a una privatización de las finanzas públicas.
Una Europa ríe, la otra llora
El dogma neoliberal, mezcla de Friedman y de Hayek, hizo de los beneficios de las grandes empresas el único criterio de buena gestión de un país.
Es en ese contexto que Europa abrió las fronteras al tercer mundo y a China, permitiendo a si a los importadores de la gran distribución y a la gran industria aprovisionarse a precios de “tercer mundo”, vender a precios de “economía de mercado” y de paso ingresar importantes beneficios en cuentas de paraísos fiscales. La consecuencia fue que la industria del sur de europea empezó a declinar.
Las sólidas industrias del norte de Europa resistieron mejor debido a su especialización en bienes de equipo y productos de alto valor añadido, con clientes en todo el mundo.
Mejor, esas industrias se beneficiaron de la puesta en marcha de la zona euro, eso les facilitó la conquista de los países del sur de Europa, mientras estos se encontraron confrontados a dos“enemigos”, la competencia de los países asiáticos y a sus socios de la zona euro.
Los países del sur de Europa vieron caer dramáticamente sus exportaciones. Según el Banco de España, en los tres primeros meses del año 2012 el déficit exterior español era de 14.849,7 millones de euros.
El déficit comercial caracteriza una nación que consume más de lo que produce. Esta situación es insostenible a largo plazo, no es pensable que los extranjeros entreguen a España sus productos sin contra partida, eso sería un regalo.
La contrapartida necesaria se llama crédito, los vendedores extranjeros ponen el superávit monetario en las empresas y los bienes durables o lo prestan al Estado. En uno u otro caso adquieren una garantía sobre el país para el caso en que no puedan pagar la deuda.
La deuda anti dolor
El déficit comercial puede ser simplemente corregido con la devaluación de la moneda nacional. Pagando en divisas extranjeras, las importaciones cuestan más caras a los españoles, mientras que las exportaciones les cuestan más baratas a los extranjeros, restableciendo así la balanza comercial sin gran dolor para la sociedad.
Cuando la devaluación no es posible, como es el caso ahora con una moneda supranacional como el euro, y lo que es peor, cuando se juntan países excedentarios como Alemania y deficitarios como España, la reducción del déficit comercial es mucho más complicada.
De todas formas no existe otra solución, reducir las importaciones y aumentar las exportaciones.
La reducción de las importaciones implica una reducción de la demanda a través de una reducción de salarios o un incremento de tasas, cualquiera de ellas son medidas impopulares, del mismo tipo que las políticas deflacionistas de 1930.
El aumento de las exportaciones, con la misma moneda, supone una reducción drástica de los costes de producción, impuesta por vía gubernamental a través de leyes coercitivas. Podemos pensar que estarían basadas en una disminución de salarios o aumento de los horarios laborales sin aumentar el salario, o ambas simultáneamente.
Cualquiera de estas dos medidas es impopular, además de contraproducente, esto conduce a una disminución del consumo interno y los políticos, sometidos a la presión de las urnas, intentan evitarlas recurriendo a la emisión de deuda pública para compensar el déficit comercial.
Esos préstamos, los gobiernos los convierten en empleos más o menos improductivos, para compensar los que desaparecieron por la disminución de las exportaciones: animadores culturales, funcionarios públicos, ayudas al empleo, subvenciones a fondos perdidos a las empresas…
El miedo a la explosión social o una derrota electoral, convirtió a la deuda pública, en un instrumento indispensable para los Gobiernos, utilizándola para crear empleos de dudosa utilidad.
La relación entre el déficit comercial y la deuda pública aparece sin sorpresa en las cifras del Estado.
El estado no es como el ama de casa
Frente a sus contradictores, los apóstoles del rigor sacan siempre el mismo argumento recubierto de un manto de sentido común: El estado es como el ama de casa, no pueden gastar más de lo que tiene. Esta analogía es una falacia, tan simplista como decir que el sol gira alrededor de la tierra, con el único argumento de verlo salir al este y ponerse al oeste.
Los hogares son completamente dependientes de su entorno. Eso no es el caso de los Estados que se asimilan a un sistema autónomo, donde cada actor compra y vende a sus conciudadanos.
Las importaciones y exportaciones están, (normalmente), autorreguladas por la moneda. Si el volumen de importaciones supera el de las exportaciones, el desequilibrio se corrige, tarde o temprano, a través de una devaluación y en casos más graves la quiebra.
Deuda interna: el ejemplo japonés
Si un estado deja su moneda ajustarse a sus capacidades de exportación, no tendrá déficit comercial durable, en consecuencia tampoco deuda exterior.
Es lo que pasa en Japón, que como otros muchos es de ideología ultra liberal. Privatizó prácticamente todos los servicios colectivos y se endeudó más que nadie.
Desde hace veinte años el país sufre de astenia, con un crecimiento muy débil y un paro que aumenta. Eso no le impide seguir siendo muy sólido y resiste a los mercados como resistió a la catástrofe de Fukushima.
¿Cuál es su secreto? La libre fluctuación del yen, eso le permite conservar un excedente comercial y puede vivir sin endeudarse en el extranjero. Toda su deuda la soportan sus ciudadanos.
Deuda exterior: el caso occidental
Los “twin déficits” o déficits gemelos de los EEUU y la UE, no tienen nada que ver con la deuda japonesa. Estos comportan una deuda pública subscrita, sobre todo con inversores internacionales, esencialmente con fondos soberanos de estados con excedentes comerciales como los países exportadores de petróleo y países emergentes como Brasil o China.
Más que una privatización de impuestos se trata de un anticipo sobre hipotéticas exportaciones futuras, que vendrán a compensar un exceso de importaciones, estas sí, bien reales.
Los esfuerzos del gobierno de Rajoy por reducir la deuda, imitando a Laval o Brüning, no tendrán efecto, mientras las exportaciones sean inferiores a las importaciones.
Regreso al liberalismo clásico
Por falta de sentido político y olvido histórico, los neoliberales que orientan los asuntos europeos no perciben el carácter insostenible de las actuales políticas de rigor, que Pierre Laval o Brüning, llamaban política deflacionista.
Hoy, como en los años 30, en España y los otros países del sur europeos, la reducción de los gastos del Estado llevan ipso facto a una disminución de la actividad económica, eso conlleva una disminución en la recaudación fiscal a pesar del aumento de impuestos y tasas, sin reducir el déficit comercial. Más bien lo contrario, con la producción interior disminuyendo de mes en mes, los consumidores tienen tendencia a consumir productos importados.
Hay alternativa? Sin duda. Si comparamos Occidente con Japón, la deducción es fácil. Consiste en aplicar a Europa las recetas del liberalismo clásico: equilibrar la balanza comercial.
La solución más evidente, conforme a los cánones liberales clásicos, es devaluar la moneda, eso dinamiza rápidamente las exportaciones, al ser los productos más baratos a la exportación en los mercados fuera de Europa, al mismos tiempo frenan las importaciones, puesto que encarecen el precio de los productos importados.
Para los ciudadanos eso significa pagar más caro todos los productos importados, como la gasolina y productos electrónicos, pero lo admitirían mejor que todos los recortes y medidas de rigor legislativas de dudosa efectividad.
Otras medidas son posibles
Otras soluciones podrían ser aumentar el IVA para los productos importados. Un aumento del IVA, como lo hizo este gobierno, no tiene sentido, eso encarece todos los productos y disminuye en la misma medida el consumo interior.
Reorientar el gasto público en ayudas a las empresas exportadoras, ayudar a las empresas que trabajan en I+D+I, a los jóvenes investigadores…
Todas estas medidas y algunas más, reactivarían la actividad en Europa sin perder el euro, mejor, con la recuperación de todos los países de la zona euro la moneda recuperaría su valor.
El obstáculo alemán
Según ciertos especialistas, se puede devaluar el euro sin ninguna clase de trauma, autorizando al BCE emitir eurobonos, dicho de otra forma poner en marcha la fábrica de billetes.
Esta proposición fue rechazada con mucha firmeza, por parte de la mayoría de los estados europeos, encabezados por los alemanes y el ex director del BCE Jean C. Trichet, con el argumento de que eso nos llevaría a un aumento de la inflación en el interior de la zona euro.
Los alemanes se agarran más que nadie al dogma de la estabilidad monetaria, olvidando la política deflacionista de Brüning y recordando la híper inflación de 1923, una situación anormal directamente ligada a la derrota de 1918.
Los alemanes tienen puestas todas las esperanzas en sus ahorros, para asegurarse una buena jubilación y temen perder una parte de ellos si se devalúa el euro.
En caso de aumento de la inflación, los trabajadores pueden compensarlo con el aumento equivalente de su salario, pero los inversores que tienen su dinero colocado a largo plazo con intereses fijos, no pueden pretender una revalorización igual a la inflación.