Con las ideas claras, la franqueza de un hombre sin edad y la fuerza de
la eterna juventud, Stéphane
Hessel murió, tenía
95 años. El gran público lo descubrió en
2010 con la publicación de su manifiesto: indignaos, que sirvió de inspiración
y punto de partida del 15m.
Hombre con una trayectoria extraordinaria, combatiente de la segunda guerra
mundial, deportado a los campos nazis, fue uno de los redactores de la
Declaración Universal de los Derechos Humanos.
Hessel ha desarrollado una conciencia de la justicia que lo empujó hacia el final de su vida a
despertar la conciencia de sus contemporáneos.
Puede ser debido a que se ha codeado con los mayores líderes del mundo que
ha elegido defender a los pequeños, los débiles, los pobres, los olvidados,
oprimidos de la sociedad egoísta y globalizada.
A la vez, revolucionario decidido
y apóstol de la no violencia, Stéphane Hessel supo, al final de su vida,
instigar un movimiento que ha sido emulado en un mundo en crisis, cuando los jóvenes
occidentales cuestionaban su futuro y la Primavera Árabe se
preparaba a romper cadenas.
El discurso del viejo sabio hablaba a los jóvenes que lo veían como la
encarnación del rechazo a la indiferencia.
Denunciando la resignación y la sumisión, él activista Stéphane Hessel poseía
la indignación comunicativa. Eligió
sus batallas, manteniendo sólo las más importantes, como la protección del
medio ambiente y los derechos humanos, aprovechaba todas las ocasiones para impartir
una lección magistral de justicia social.
Algunos critican este humanista de solo saber indignarse y soplar sobre las
brasas de las revueltas que se anuncian en todas partes.
Sus opositores le reprochan la incapacidad para ir más allá de llamar a la
protesta universal y proponer proyectos concretos para mejorar las cosas. Hessel,
contaba para eso con la reacción de la gente en el poder.
Un pastor de esperanza se extinguió. Su espíritu
permanece y la indignación parece eterna.