Lo
dije y lo repito: tengo la intención de cerrar Guantánamo
y daré la orden. Brack Obama no cumplió su promesa.
El
campo de Guantánamo abierto hace 12 años no se cerrará.
116 detenidos siguen encerrados, en total ilegalidad, sin inculpar y
sin proceso. La mitad están reconocidos como inocentes y sin
peligro para los EEUU, pero no pueden ser juzgados por no existir
pruebas suficientes ni liberados puesto que al mismo tiempo los
consideran demasiado peligrosos. Es un escándalo y nadie pone
fin a esta injusticia.
Combinación
naranja, la cabeza metida en un saco negro y las manos esposadas,
conducidos como animales a cajas con barrotes. Son las imágenes
de los primeros prisioneros de Afganistán a su llegada a la
base americana de Guantánamo, en Cuba, que aún perduran
en nuestra mente.
Fueron
calificados como “combatientes
enemigos ilegales”
por la administración Bush, para no tener que considerarlos
prisioneros de guerra y estar obligado a respectar las convenciones
internacionales.
Hombres
atrapados en la tenebrosa red del la “infinita justicia”, la
operación militar llevada a cabo por los Americanos en
Afganistán en represalia por los atentados del 11 de
septiembre de 2001. Una infinita justicia que equivale a una total
ausencia de derecho.
Dos
días después su entrada en función, el 22 de
enero de 2009, Barack Obana, firmó un decreto para cerrar
Guantánamo pero se encontró con el rechazo seco y neto
del congreso. Liberado de la presión de su reelección, se esperaba que Obama pasaría de las palabras a los actos. No
fue así, el presidente acaba de firmar una ley que dejará
Guantánamo y sus detenidos, en el agujero negro del derecho.
Es
cierto que Obama emitió reservas, pero no opuso veto en el
congreso, es una gran decepción. Una democracia no reposa
únicamente sobre el principio mayoritario, también
sobre el Estado de derecho, tanto en el interior como el exterior.
Mientras
Guantánamo no se cierre, los EEUU no habrán ganado su
combate por el “el derecho y
la libertad”
comenzado después del 11 de septiembre.
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