jueves, 7 de noviembre de 2013

Un nobel de la paz en plena guerra


El comité del premio Nobel de la paz no renunció a su costumbre de romper los pronósticos.

La jovencita paquistaní de 16 años Malala, militante de los derechos a la educación de las jóvenes, víctima de un atentado en 2012, era la favorita, tendrá que contentarse con el premio Sakharov. Para el Nobel le queda todo el futuro que le permite su juventud.

El comité del Nobel tomó una decisión arriesgada, optó por una decisión política que recompensa un organismo de la ONU, la Organización para la prohibición de las armas químicas.

En sí, esta recompensa está completamente justificada. Como la mayoría de las organizaciones activas para la preservación de la paz, (la Unión europea el año pasado) la Organización para la prohibición de las armas químicas, efectuó en la sombra un trabajo considerable para eliminar en quince años más de 70 000 toneladas de armas químicas en el mundo, un 80% del total estimado. En donde queda mucho por hacer es en Rusia, en EEUU y ahora en Siria

Este premio Nobel, que no puede abstraerse al conflicto sirio, cae a la vez bien y mal. Es en ese punto del planeta que se desarrolla el desarme, en medio de un conflicto químico. En este contexto, el premio, cae bien en la medida en que alienta una iniciativa de paz en un país en guerra.

Esta distinción es una forma de meter un poco más de presión sobre el régimen sirio para que coopere plenamente, descubriendo, al mismo tiempo, las peligrosas condiciones en que trabajan los expertos de la organización.

Cae mal, pues el Nobel de la paz se otorga en un ambiente de muerte, en un momento en que la guerra en Siria hizo más de 120 000 muertos y que las armas convencionales continúan matando, hiriendo y expulsando los habitantes de sus casas.

El Nobel de la paz llega con un sabor amargo. Ese premio honra una organización que  ciertamente lo merece, pero que otorgado en este momento, el honor irradia indirectamente sobre Vladimir Putin, que se opuso a una intervención en siria, permitiendo el empleo de armas químicas, y sobre un Bachar al-Assad que se vio obligado a permitir el desarme químico después de utilizarlas contra su pueblo.

Dos personajes que hacen que la guerra no se termine en Siria y que merecerían estar sentados en el banco de la Corte internacional de justicia.

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